Dermatología
Rosácea
La rosácea es una enfermedad inflamatoria de la piel que afecta especialmente a la región facial (nariz, mejillas y mentón). Es una enfermedad crónica que cursa a brotes en la cual podemos observar lesiones parecidas al acné (pápulas y pústulas, y ausencia de comedones). Esta enfermedad tiene un importante impacto en la calidad de vida de los que la padecen. La rosácea también se conoce coloquialmente como piel sensible o piel reactiva.
Preguntas frecuentes
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Esta enfermedad es típica de mujeres jóvenes o adultas con fototipos bajos (I y II). También podemos observarla en hombres, aunque habitualmente de forma más tardía y con mayor tendencia a presentar rosácea fimatosa (crecimiento del tejido blando de la nariz). En el 20% de los casos, podemos encontrar antecedentes familiares.
Existen 4 tipos de rosácea y los pacientes pueden presentar una o múltiples de estas variantes.
- Rosácea eritemato-telangiectásica: Presencia de enrojecimiento difuso y de vasos dilatados (telangiectasias) que afecta especialmente a mejillas y nariz, que responden con facilidad a factores externos.
- Rosácea papulo-pustulosa: Presencia de lesiones inflamatorias en forma de pápulas y pústulas. Estas lesiones son similiares al acné, aunque en la rosácea no observamos comedones ni cicatrices.
- Rosácea fimatosa: el caso más típico es el de la rinofima, un engrosamiento del tejido blando de la nariz que afecta especialmente a hombres.
- Otros tipos: rosácea ocular, rosácea granulomatosa, rosácea fulminans, etc. Estos tipos son menos frecuentes y requieren un abordaje específico.
Existe una predisposición familiar para el desarrollo de esta enfermedad. Además, están implicados otros factores como la hiperfunción de la glándula sebácea que actúa como factor irritante, inflamación crónica y tendencia al enrojecimiento (cuperosis y flushing), y una alteración de la función barrera y del microbioma de la piel (favoreciendo la proliferación del Demodex folliculorum).
Entre los factores clásicos que pueden hacer empeorar la rosácea en cualquiera de sus formas, encontramos el estrés, la exposición a la radiación ultravioleta, el uso de ciertos cosméticos o la ingesta de algunos alimentos (alcohol, picantes, alimentos a altas temperaturas, etc).
El diagnóstico de la rosácea debe realizarse por parte del dermatólogo y es clave para decidir el tratamiento más adecuado. En la mayoría de casos, este diagnóstico va a ser clínico, es decir, será necesario examinar la piel y hacer una buena historia clínica. En casos dudosos puede llegar a ser necesaria una biopsia de piel, aunque esto es poco frecuente.
Existen distintos tratamientos disponibles, y para conseguir resultados óptimos puede ser necesario combinar algunos de ellos:
- Rutina cosmética adecuada. La selección personalizada de cosméticos puede ser de ayuda para potenciar los otros tratamientos y mantener sus efectos a largo plazo, evitando o controlando los brotes de la enfermedad. Sin embargo, su uso exclusivo suele ser insuficiente para controlarla.
- Tratamientos tópicos como la ivermectina tópica, que puede ser de ayuda en casos de demodecidosis (sobrecrecimiento e inflamación producida por el Demodex).
- Tratamientos orales como ciertos antibióticos (tetraciclinas) o retinoides orales (isotretinoína). Este último permite disminuir la producción de sebo reduciendo el tamaño de la glándula sebácea y controlando la inflamación de la rosácea.
- Láseres y fuentes de luz. El uso de luz pulsada, láser de colorante pulsado o KTP pueden ser de ayuda para controlar el componente inflamatorio, las telangiectasias y el flushing.
La rosácea es una enfermedad crónica que puede controlarse de forma eficaz con tratamiento específico. Esto no evita la aparición de futuros brotes, pero permite disminuir el número y gravedad de éstos.
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